lunes, 24 de septiembre de 2012

Masoneria y masones españoles del siglo XX. Los pasos perdidos



LA MASONERÍA Y LOS MASONES ESPAÑOLES DEL S. XX. LOS PASOS PERDIDOS - Pere Sánchez Ferré - Editorial MRA.- Reseña bibliográfica de Joaquín Albaicín.


  Como se recuerda en este libro, presentado en junio en el Ateneo de Madrid, todavía en su último discurso, emitido en octubre de 1975, reiteró Francisco Franco su seguridad en la existencia de una conjura masónica contra España. El espejismo de una II República dirigida desde la sombra por la Masonería tiene tan poco peso argumental de fondo como ese otro que, en virtud de los orígenes étnicos de muchos de los dirigentes soviéticos, hacía percibir la Revolución Rusa como obra del “Judaísmo”. Había, en efecto, muchos judíos en el estado mayor bolchevique, pero judíos… que habían renegado de su religión ancestral y luchaban por su erradicación tanto como por la del zarismo y el capitalismo. Y, si se estudia en profundidad las fuentes pertinentes, se llegará a la conclusión de que difícilmente puede suponerse a los muchos masones ocupantes de cargos públicos en la II República un verdadero conocimiento de la doctrina masónica.


  La tesis de Sánchez Ferré acerca de la evolución de la organización masónica española durante el pasado siglo viene a coincidir con la expresada a principios de la década de 1920 por René Guénon y, con posterioridad, por Denys Roman: la Masonería, orden iniciática indisolublemente ligada, en sus orígenes, a la Iglesia Católica, fue poco a poco apartándose de sus objetivos fundamentales debido a la infiltración en sus filas de personajes influyentes, dominados por una mentalidad anti-tradicional, que terminaron por imponer sus puntos de vista y la condujeron a implicarse en procesos de orden político –pacíficos o turbulentos- ajenos a su naturaleza. Y esa socavación desde dentro habría comenzado con la quema de documentos y la modificación de rituales perpetradas ya en 1717 a fin de proceder a la transformación de la Masonería Operativa en Especulativa. Habrían sido, pues, los partidos políticos, infiltrados en la Masonería a fin de usar para sus propios fines su red de relaciones, quienes manipularon a la Masonería, y no ésta a ellos. Como Sánchez Ferré afirma, “la política entró en la Orden y la corrompió desde su propio seno”, de modo que, lejos de “masonizarse” la política, fueron las fuerzas profanas las que “politizaron” la Masonería (o una versión de la Masonería ya totalmente aligerada de sus auténticas esencias).


  Viene esta precisión a cuento de que, evidentemente, para que ello sucediera, era menester que la Masonería hubiese ya degenerado como organización iniciática, y del estudio de Sánchez Ferré se desprende claramente que ello había acaecido bastantes décadas antes de 1936. La suma de ingenuas vaguedades y notorios disparates en que consiste el teosofismo, adoptado a principios del siglo XX por cierta corriente de masones, o la adscripción de éstos a prácticas espiritistas, lejos de suponer una apuesta por la espiritualidad masónica originaria, da fe de lo contrario: de la invasión de la Orden por una pseudo espiritualidad. En cuanto a los llamamientos de prominentes masones –como Martínez Barrio- a que la orden no se implicara en política y no se desviara de sus principios espirituales, apenas reflejan más que buena intención y no demasiado conocimiento de los contenidos precisos de esa espiritualidad. Eran ya ecos muy desdibujados de nada que pudiera llamarse un mensaje verdaderamente masónico.


  Aunque el Gran Oriente Español mantuviese la creencia en Dios y la presencia de la Biblia en los rituales como principios esenciales, en contraste con el Gran Oriente de Francia, que había suprimido en los mismos toda referencia a la Divinidad, resulta innegable que, en vísperas del advenimiento de la II República, la inmensa mayoría de los miembros más prominentes de las logias llevaban décadas significándose como agitadores de un anticlericalismo feroz. En las logias, se denunciaba un supuesto dominio secreto del mundo por los jesuitas y la Iglesia no menos ridículo y maniqueo que el supuesto dominio secreto del mundo por la “judeo-masonería”, aventado por la Iglesia y el ultramontanismo.

  Sánchez Ferré no niega nada de esto, como tampoco el compromiso de los Hijos de la Viuda con el colonialismo occidental, el catalanismo, la agitación obrera o el feminismo en esta obra prologada por José Antonio Ferrer Benimeli y rigurosamente cimentada en los materiales conservados en el Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española (entre cuyos fundadores se cuenta) y el Centro de Documentación de la Memoria Histórica. No obstante, cuestiona –y con razón- que ello obedeciese a los principios masónicos.

  Efectivamente, resulta muy difícil mantener a una organización –ya sea iniciática, religiosa, asistencial o recreativa- al margen de las contiendas políticas… si el noventa por ciento de sus componentes se dedica a ellas. Mas no es menos cierto que, de la ocupación y posterior manipulación de un centro espiritual en decadencia por fuerzas enemigas de cuanto realmente representa, no sería justo culpar a dicho centro ni a sus fundadores. ¿O es que son el cristianismo o la Iglesia culpables de la penetración metódicamente perpetrada en sus filas, en su momento, por las organizaciones comunistas, de la que nació la figura del cura-guerrillero?


  Sánchez Ferré ofrece un recorrido en detalle por las principales logias actuantes durante la monarquía alfonsina, la Dictadura de Primo de Rivera, la II República y la guerra civil, aportando curiosa información –por ejemplo- sobre cómo el Consejo del Grado 33 hubo, en determinado momento, de escribir a Negrín para despejar los recelos existentes sobre su lealtad al gobierno. Presenta también un estudio pormenorizado de las actividades de la Masonería española en el exilio, tras el hundimiento de una República que fue “su tumba”. Al tratarse de una historia de la Masonería fundamentalmente documental y centrada en los avatares de la organización, no da pie a la profundización en historias individuales, mas reconocemos que, a título particular, nos hubiera gustado que Sánchez Ferré hubiese podido detenerse más en las peripecias de personajes como el Conde Rodolfo de Micheli (¿infiltrado de la Masonería en el fascismo, o topo de Mussolini entre los Hijos de la Viuda?) o Mario Roso de Luna, aquel “raro mortal, teósofo y ateneísta”, como rezaba en el título de una recopilación de artículos sobre su persona.

  Esta historia documental da fe, ciertamente, de escasa actividad ritual e iniciática y de mucha implicación en los conflictos políticos. Sánchez Ferré cree que, en la actualidad, la tendencia predominante entre los masones españoles es la que apuesta por la regeneración intelectual y el retorno a los orígenes iniciáticos. Ojalá sea así. Ello constituiría un paso ciertamente importante hacia una futura normalización de relaciones entre la Iglesia y, al menos, ciertas obediencias masónicas, de modo que los católicos pudiesen llevar una vida iniciática normal y, los iniciados, una vida religiosa igualmente normal. Siendo esto, claro, una mera opinión personal, pues doctores –e infinitamente más competentes que uno- tiene, como suele decirse, la Iglesia.


Nota: publicado originariamente por Joaquín Albaicín en Altar Mayor nº 149, Sept-Oct 2012, a quienes les corresponde los derechos de autor correspondientes.



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