martes, 21 de diciembre de 2010

Más allá de este mundo

Joaquín Albaicín - Soriaymas- 06/12/2002

El que fuera colaborador de Eliade, Couliano, es autor de este libro reseñado por Albaicín, quien destaca el apartado dedicado al taoísmo y a Gilgamesh muy especialmente.


 

Ioan P. Couliano: MÁS ALLÁ DE ESTE MUNDO (Paidós, Barcelona 1993).


Es muy posible que el interés por los estados post-mortem del ser humano y los Paraísos e infiernos en que estos discurren le fuera en buena medida inoculado a Ioan P. Couliano, lector del Tarot y apasionado de los grimorios renacentistas, por su cercanía a Mircea Eliade, de quien fue discípulo y estrecho colaborador y con quien escribió y firmó al alimón el "Diccionario de las religiones". Poco podía sospechar el brillante profesor -asesinado aún joven y en circunstancias no esclarecidas en unos aseos de la Universidad de Chicago- lo pronto que iba a serle dada la oportunidad de corroborar en la práctica sus estudios. Parece ser que esa profunda pasión por los universos paralelos le había conducido en los últimos tiempos al terreno de las demostraciones empíricas, involucrando en experimentos mágicos y animando a seguirle en experiencias de muerte temporal a varios de sus alumnos, con grave peligro para la estabilidad psíquica de éstos. Habría sido uno de ellos, sintiéndose manipulado, quien terminara por matarle. Algo así como "Línea mortal", de Schoumacher. Esto es lo que -contrariamente a Ted Anton, que se inclina por la tesis de su eliminación por la "Securitate" rumana- suscriben algunas personas que le conocieron.

Pesquisas policiales aparte, Más allá de este mundo, brillante compendio de las esperanzas escatológicas que al hombre ofrecen las principales religiones, constituye una excelente introducción al inquietante universo de altares fatuos de Couliano. Presta especial atención al chamanismo, que asimismo inspirara bellas páginas a Elémire Zolla y en el que parece que quiso vislumbrar una suerte de sustrato interreligioso e intertradicional que vivificaría y prestaría soporte a todos los grandes sistemas religiosos. Muy bello es el capítulo consagrado al taoísmo, y muy recomendable la lectura del concerniente a Gilgamesh, por lo siempre conveniente que resulta refrescar la memoria en lo concerniente a este mito. El dedicado a las estatuas "cargadas" en el interior de los sepulcros del Antiguo Egipto remite inevitablemente a las palabras de Maspero, citadas por Raimon Arola en su muy notable "Las estatuas vivas": "Estaban animadas, hablaban, se movían, no en sentido metafórico, sino realmente. No es posible dudar de que, al menos en Tebas, en tiempos de la XIX dinastía y siguientes, las estatuas de Amón hacían verdaderos milagros".

¿Única falta? Como es desdichadamente habitual, se echa de menos un capítulo dedicado al África negra. Es posible que, como advirtiera Guénon, allí, en las riberas del Níger o las pluviosas selvas donde el capitán Burton presenciara desde barrera del nueve los holocaustos celebrados en honor del rey, perviva la magia más peligrosa, siendo esto lo único que habría resistido al colapso de la civilización egipcia. Pero dudamos que las tradiciones subsaharianas se reduzcan a esa herencia nilótida degenerada. La laguna es, no obstante, comprensible hasta cierto punto, pues el África tribal no ha sido nunca la "biblioteca" más asequible para el erudito, que en ámbitos de tradición no escrita suele quedar reducido a la impotencia. Además, no está el horno negro para muchos bollos. Ni el negro, ni otros, como comprobó el infortunado Couliano.


Publicado en Generación XXI nº 60 , febrero de 2002. Y posteriormente en Soriaymas.

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