martes, 21 de diciembre de 2010

El legado secreto de los cátaros


Joaquín Albaicín - Soriaymas. 22/10/2005

"A ojos de los cátaros –como también, mucho antes, de los docetistas- Jesús y María no eran sino ángeles cuya naturaleza carnal había sido tejida con hebras de pura ilusión", nos dice Albaicín en su reseña bibliográfica

 

EL LEGADO SECRETO DE LOS CÁTAROS - Edición de Francesco Zambon - Editorial Siruela

A ojos de los cátaros –como también, mucho antes, de los docetistas- Jesús y María no eran sino ángeles cuya naturaleza carnal había sido tejida con hebras de pura ilusión. ¿Justifica tal percepción del Salvador y de la Virgen la calificación –siempre vejatoria- de herejía? No sabríamos decir hasta qué punto. Aparte de que basta echar un vistazo al zoroastrismo, al judaísmo, al hinduismo, al budismo o al islam para constatar el peso específico de la angeología en toda religión, no es -de entrada- sencilla tarea establecer lo que a ciencia cierta fue el catarismo, ni siquiera a partir de los textos recogidos en este volumen: “Libro de los dos principios”, “Tratado cátaro”, “Ritual occitano y Comentario al Padrenuestro”. No pretendemos negar su valor, pero, como en su momento ya subrayara otro investigador de este movimiento surgido y sofocado en el Medioevo , se trata de textos tardíos. Además, son los únicos con que contamos: nada prueba, por tanto, que su contenido fuera asumido sin reservas por el conjunto de la Iglesia Cátara, dividida –como explica Zambon- en al menos dos grandes corrientes.

Para los cátaros, este mundo era la “ciénaga suma”, la “tierra última”, el “infierno profundo”. Mas la concepción del cuerpo como calabozo tras cuyos barrotes gime prisionera el alma, exiliada en tierra extranjera, la hallamos ya en Platón y podría decirse que en toda religión tradicional revelada. Sólo las carencias propias del pensamiento moderno justifican la habitual referencia a dicha concepción como una “particularidad” de los “gnósticos”. De hecho, fue la decrepitud en que el cuerpo se va consumiendo, la apreciación visual del carácter perecedero de cuanto habita el mundo sublunar, la chispa que encendió la luz de la Verdad en el corazón del príncipe Siddhartha. Bien por el abandono de la carne tras la muerte, bien –en ciertas vías iniciáticas- mediante su transubstanciación (el “volatilizar lo fijo y fijar lo volátil” de los hermetistas), la liberación de los grilletes corporales ha sido siempre la diana a que ha apuntado con su flecha todo método de realización espiritual.

En este sentido, no debería el autor de la introducción subrayar como rasgo poco menos que exótico la presencia en la doctrina cátara de referencias al ternario cuerpo-alma-espíritu. Mucho menos, matizar que dicha concepción habría sido “corriente en el cristianismo de los primeros tiempos”. En realidad, esa división es la raíz a partir de la cual crecen las ramas, hojas y frutos de toda verdadera religión No nos hallamos, pues, ante una concepción corriente en determinada época del cristianismo. Sencillamente, en ausencia de tal división, no hay cristianismo, ni islam, ni budismo, ni judaísmo, ni hinduismo...

Ignoro si Zambon acierta al juzgar que “el sentimiento predominante entre los cátaros era el de una total ajenidad al mundo … como de alguien que no se ha recobrado nunca de la sorpresa de despertarse en un lugar desconocido, alejado de la verdadera patria y de las cosas familiares”, pero… ¿Acaso puede o debe esperarse que el hombre cuyo corazón alberga alguna nostalgia del Cielo adopte un posicionamiento cósmico y anímico diferente a ese? Es cierto que, a la luz de los textos a nuestro alcance, el catarismo parece haber marcado con acentos extremos ciertas premisas doctrinales francamente difíciles de asumir desde una perspectiva religiosa, como la identificación del Dios creador de Génesis con un demiurgo diabólico, mas también que no tenemos claro en qué atalaya espiritual se comprendían situados los propios cátaros. Y que, en un contexto metafísico -como aquel en que germinan las semillas del tantra budista o el shivaísmo-, afirmaciones como la antedicha podrían perfectamente ser reconducidas hasta un marco doctrinal ortodoxo, por cuanto dichas tradiciones incluyen en su seno praxis espirituales encaminadas hacia la identificación con la Realidad última por vía de descubrir el componente ilusorio titilante en todos los estados manifestados del Ser, que, por próximos que puedan encontrarse a dicha Meta, no son la Meta.

Nada, si embargo, indica que los cátaros hayan concebido la existencia de estados del Ser o esferas de realidad “emplazados” más allá de esa Creación celestial del Dios bueno que oponían a la maligna y terrenal, obra del dios malo. En este sentido, sí parece justificado hablar de herejía o, quizá mejor, de degeneración de una vía iniciática.

Limitado sólo por las señaladas dificultades inherentes a su tarea, Francesco Zambon hace un notable trabajo a la hora de situar al lector en el ámbito histórico y doctrinal en que surgió esta iglesia que tanta fascinación ha ejercido sobre literatos y amigos de pseudoesoterismos.

Joaquín Albaicín: "Altar Mayor" nº 102, Sept-Oct 2005, a quienes corresponden los derechos de autor. Agradecemos a J. Albaicín su colaboración con Soriaymas.com

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