martes, 8 de abril de 2014

La constitución invisible del ser humano según el Sufismo , libro de Andrés Guijarro


LA CONSTITUCIÓN INVISIBLE DEL SER HUMANO SEGÚN EL SUFISMO

Andrés Guijarro   -
Los Libros del Olivo, 2013

  Existe una ciencia tradicional, practicada en el marco de diferentes civilizaciones, cuyos presupuestos son claramente indicativos de que, bajo la piel, las facciones y las proporciones corpóreas, habita un hombre interior, un hombre de naturaleza sutil sobre cuya conformación podrían las características físicas aportarnos, cuando menos, algunos indicios: la fisiognomía. 

El ensayo de Andrés Guijarro no es un tratado de fisiognomía, pero se le aproxima en cierto sentido, por cuanto arranca desde el presupuesto de que el ser humano consta de varias “capas” más allá de la meramente física e, incluso, más allá de la psicosomática. Se trata, en el fondo, del punto de partida tradicional que define a los seres del mundo manifestado –y no sólo a los humanos- como un compendio de espíritu, alma y cuerpo, en el que el alma oficiaría como nexo o vínculo de unión entre los otros dos componentes (el inmortal y el perecedero).

  La supervivencia del cuerpo tras la muerte de los compuestos puramente orgánicos o terrenales sólo puede ser obtenida bajo el vehículo o la forma del cuerpo sutil –algo así como el “sello” íntimo del individuo, dotado de una “anatomía sutil” y una “estructura psíquica” paralelas a las propias del cuerpo terrenal- siempre que, en vida, éste haya sido purificado y limpiado de sus escorias mediante la activación de ciertos centros sutiles (a menudos aludidos, en la terminología sufí, como Los Siete Profetas de tu Ser). Esa supervivencia de la individualidad es definida en el sufismo y, en general, en el universo del hermetismo como una espiritualización del cuerpo paralela a la corporificación del espíritu. Es la experiencia conocida por el zoroastrismo cono el encuentro con la daena, y la ansiada fusión con la Sophia –no me atrevo a decir si frustrada o no- perseguida por los laberintos siempre ambiguos del arte por el poeta simbolista ruso Alexandr Blok. 

  Siguiendo la estela de Cuerpo espiritual y Tierra celeste de Henry Corbin, Guijarro expone la “metodología” brindada para la consecución de tal meta por las enseñanzas del sufismo islámico, paralelas a las que, en el hinduismo o el taoísmo, persiguen idéntico fin (pues esos Profetas de tu Ser no dejan de ser ciudades secretas o estaciones del viaje espiritual más o menos equivalentes a los chakras de la praxis yóguica). 

Por tanto, el libro es, fundamentalmente, una traducción excelentemente comentada de textos debidos a grandes espirituales islámicos como, entre otros, Shah Walî Allâh de Delhi (1703-1762), ´Alâ al-Dawla al-Simnânî (1261-1336), el shií Ahmad Ahsâ´î (1753-1826) o Ahmad Sirhindî (m. 1034), prominente figura de la tariqah naqshbandiyya, y que incluye una amplia exposición de las singularidades e importancia de esta última orden en el desarrollo teórico y práctico del despertar de los centros sutiles. 

Son de destacar las palabras de Sirhindî a propósito de la realización descendente, así como la sinopsis de las enseñanzas de Ahmad Ahsâ´î acerca de los cuatro cuerpos –dos perecederos y dos inmortales- del ser humano. 

Merece también especial mención la buena exposición de las particularidades de las vías iniciáticas en el mundo shií, al igual que la traducción del tratado Yoga Kalandar, donde, como fruto del contacto entre sufíes y yogis tántricos de Bengala y del reconocimiento por ambos de la existencia de un terreno común, encontramos las terminologías arábiga e índica combinadas en un mismo texto.

  Una obra, en suma, de sólido calado y con mucho que degustar.

Joaquín Albaicín


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